La tienda.
Una puerta pequeña por la que apenas cabe una persona. Dicha puerta está siempre abierta, de otra manera sería imposible saber que hay una tienda tras ella, ya que no tiene aviso alguno, los colores desvaídos de la fachada recuerdan una antigua publicidad cervecera. No hay ventanas, la única luz es la que entra con dificultad por la minúscula puerta, que en las tardes es acompañada por una amarillenta que surge de un bombillo de 75 w que es encendido a partir de las cinco. Cuatro mesas que juntas deben sumar los 100 años, cada mesa cuenta con cuatro sillas que alguna vez fueron cómodas y estuvieron limpias. Un señor con una barriga que se apoya en sus piernas respira con dificultad mientras bebe una cerveza. Las botellas vacías y sus ojos enrojecidos demuestran que lleva bastante tiempo bebiendo, o tal vez le rinde mucho, es imposible saberlo, son apenas las 11 am. Sus ojos recorren de arriba a abajo a la mesera, quien no se da por enterada, o lo disimula muy bien, la experiencia de su pelo amarillo cabuya teñido mil veces así parece indicar.
Un viejo radio de pilas escupe noticias narradas por una voz y un estilo que parecen salidos de los años 50, como atrapadas en el tiempo, toda la tienda parece ser una parodia de tiempos remotos aunque no por ello mejores.
Solo alguien parece notarlo, el tipo ese que entró hace media hora y pidió un tinto y una empanada. Sus pensamientos se materializan en sus ojos de niño grande y algo bobo, juega al detective, narra una crónica en primera persona, una mala parodia de una novela de detectives de los años 40, de esas que incluyen mujeres fatales, hombres solitarios que solo cuentan con una botella de whisky, un corazón enamoradizo y un revólver escondido bajo la gabardina.
El tipo paga lo consumido, ensaya una sonrisa ladeada de hombre que ha vivido mucho y ya conoce todos los juegos, acomoda su ropa arrugada, se pone su sombrero de fieltro (su sombrero de detective, dicen sus ojos) sale y continua con su eterna fantasía. Nunca resolverá el caso.
PS: Quicksand Jesus. Skid Row.
Un viejo radio de pilas escupe noticias narradas por una voz y un estilo que parecen salidos de los años 50, como atrapadas en el tiempo, toda la tienda parece ser una parodia de tiempos remotos aunque no por ello mejores.
Solo alguien parece notarlo, el tipo ese que entró hace media hora y pidió un tinto y una empanada. Sus pensamientos se materializan en sus ojos de niño grande y algo bobo, juega al detective, narra una crónica en primera persona, una mala parodia de una novela de detectives de los años 40, de esas que incluyen mujeres fatales, hombres solitarios que solo cuentan con una botella de whisky, un corazón enamoradizo y un revólver escondido bajo la gabardina.
El tipo paga lo consumido, ensaya una sonrisa ladeada de hombre que ha vivido mucho y ya conoce todos los juegos, acomoda su ropa arrugada, se pone su sombrero de fieltro (su sombrero de detective, dicen sus ojos) sale y continua con su eterna fantasía. Nunca resolverá el caso.
PS: Quicksand Jesus. Skid Row.